martes, 21 de diciembre de 2010

Cuento Humberto bernui

 Bueno esta es la primera entrada de nuestro colaborador Humberto Bernui , quien nos deleita con este cuento , una historia de repente ya tocada para la realidad peruana , pero que en esta ocasion no deja de enternecer con su realismo , su dulce desencanto , pero a la vez , con su brutalidad realista que es como un golpe al estomago


Nació un 30 de Julio en un pueblucho en lo profundo de la tierra de los prejuicios. Serás un gran hombre, le dijeron mientras sus oídos de niño no comprendían nada. Su madre lo cuidaba mucho, pero no al extremo de engreírlo, ya que, por razones obvias, la madre no podía pasar tanto tiempo con su prole. Eran cinco hermanos, cada uno más corajudo que el anterior. Félix era la excepción. No lloraba, sino para pedir-o exigir- que le cambiasen los pañales. Era de lejos, el más tranquilo de todos los hermanos, pero a la vez el más fuerte. No era su fuerza física lo que lo hacía sobresalir, sino su capacidad de adaptación y resistencia. Vivía en una condición nefasta, su padre lo había abandonado vario tiempo atrás, pero ellos, ¿qué se acordarían? Todavía eran unos críos en pañales. Las ratas eran sus compañeras de juego. Como es de imaginar, alguno que otro de los cinco hermanos, todos varones por cierto, había muerto de peste bubónica, enfermedad que supuestamente yacía extinta. Esta había devastado a las mejores ciudades de Europa, como lo son Florencia, Nápoles, Venecia, en la época medieval y renacentista. En fin, eso es agua de otro cántaro, además Félix no conocía nada de esto ¿Qué significado tendrían las civilizaciones para él? Lo único que él sabía es que era necesario mantener los ánimos para no morir. En efecto, él ya había contraído la enfermedad, sin embargo eso no le impedía ser un niño feliz. “El niño es igual al adulto en muchas formas, no obstante es el adulto menos inocente que el niño”, le oyó decir a alguien mientras regresaba de su casa luego del excitante partido de fútbol. No era muy bueno, pero aspiraba a ser millonario y lograr su sueño de su corta pero emprendedora vida: sacar a su familia de la pobreza.
Habían pasado ya varios años desde la muerte de su último hermano. Él los extrañaba. Eran parte de él. Sin embargo, sabía que desde ese momento él y solo él era el hombre de la casa. Responsable de hacer feliz a su mamá. Encargado de llevar dinero al hogar. Nadie más sabía eso, solo él.  Ella era una mujer cincuentona, rolliza, de pelos lacios, oscuros como la noche que es alumbrada por la luna, ojos marrones claros los cuales apelaban a la más intima confianza a cada persona a la que conocía y de ascendencia primermundista, de uno de esos países colonizadores que no supieron administrar bien sus ganancias. Eso no cambiaba nada, ella había nacido en la tierra de los prejuicios, no tenía empleo, no porque no quisiese tener uno, sino porque no tuvo la suerte-o dicha- de haber tenido una educación. Para ganarse el pan hacía falta prostituirse, ella lo hizo todas las noches desde que su primer compromiso la dejo. Todos sus hijos no compartían el mismo padre y casualidades de la vida-o dulce ironía- todos compartían, empero, una característica: todos y cada uno de ellos habían dejado a la señora Tulia a su suerte cuando tenía un mes de embarazo. Ninguno de ellos decidió hacerse cargo de sus hijos, desaparecieron como cucarachas, al encender la luz, apenas se percataron de que habían engendrado un hijo.
Félix no le guardaba rencor a nadie, era una persona con muchas otras preocupaciones y no podía darse el lujo de malgastar su tiempo en trivialidades como los sentimientos, en efecto, el extrañaba a cada persona que había muerto o desaparecido en su hogar, pero no lo mostraba. Sus ojos negros nunca dejaron caer ninguna lágrima por sus mejillas sonrojadas. Él era ahora el hombre de la casa, el varón, el macho que tenía que sacar a su madre adelante. El fin justifica los medios, se decía. Movido por esta mentalidad dejo el colegio a los doce años, no había aprendido mucho de todas maneras, debido a la deficiencia del sistema educativo de su natal…
El último día de clases-claro está que se habla del último día que asistió a clases en el colegio salesiano-  incluso se dio el lujo de bajarse los pantalones, mostrándole los calzoncillos, a todos sus compañeros, quienes expectantes no paraban de soltar risotadas y aplaudir cual posesos. El profesor los vio y frunció el ceño, todos callaron, nadie se atrevía a desafiar al sacerdote calvo que tenían al frente. A ese quien se apresuro a llevar a Félix al despacho del director, a ese que exigía su expulsión inmediata.
-No tiene antecedentes-dijo el director extrañado de la reacción a sobremanera de su colega.
- Pues me da igual. Vea usted, el caso es el siguiente, no soporto mas a alumnos     de la calaña de este en mi unidad de enseñanza. Alguien debe de dar el ejemplo, no seré yo el que de mi mano a torcer. Si no escucha mis razones, me veré obligado a dejar esta institución para subsanar mi orgullo.
- Pero hombre, no estamos en la edad media, no me hable de orgullo.
La verdad era que el “brillos”, como le llamaban despectivamente sus alumnos, debido a las entradas que se asomaban en su cabeza y a la increíble cantidad de grasa que expedía por sus poros, que al ser tocada por la luz producía un reflejo cegador. Nunca sintió ningún tipo de empatía por Félix, a pesar de que él mismo, antes de haberse enrolado al oficio de cura, había disfrutado con los placeres que la señora Tulia tenía para ofrecer por el cómodo precio de diez soles la hora.
- No sé qué decirle- continuo don Chávez.
- Será lo que usted desee, ya sabe lo que pienso sobre este pequeño revoltoso, incitador de masas
Félix se quedo esperando, expectante en frente de la puerta del despacho del director. Había escuchado la calmada conversación. Su plan había resultado, ¡un éxito! Él no podía dejar el colegio para trabajar, su madre nunca se lo permitiría, pero si conseguía que el colegio lo dejase a él, no sería ningún problema convencer a su madre de que debía trabajar. Su madre estaba en jaque, a pesar de que no conocía ni lo que la expresión significaba. No era posible hacer otro movimiento sin llegar al jaque mate. Félix lo sabía. El colegio salesiano era el único colegio estatal en 50 kilómetros a la redonda. Había otros, sí, pero ninguno era alcanzable para el miserable sueldo de la señora Tulia, y menos en esa mala época. El país estaba en crisis, y no había ya nadie más que la fuese a buscar, se necesitaba el dinero para otras causas: el sexo ya no era tan importante. Lo reemplazaron el alcohol, para “olvidar los problemas” y el juego, aunque esta cura era peor que la enfermedad. Lo relevante aquí es: Félix no tendrá que ir al colegio y su madre se verá obligada a dejarlo trabajar. ¿En que trabajaría? Eso se sabrá luego…


Regresaba de su colegio, feliz, contento, extasiado con la idea de poder mejorar su futuro. El camino que debía de seguir lo conocía mucho. Carreteras de tierra, por las que se observaban transitar solo “moto taxis”. Normalmente hubiese tomado una de ellas, pero ese día era algo especial. Por fin se libraba de esa carga tan pesada, comenzaba su nueva vida. Decidió caminar, observar el bonito sol que se extiende por las zonas alto andinas. ¡Qué bonito día! Su alrededor era la imagen perfecta de su interior. Nubes tratando de cubrir el sol, no haciéndolo por completo. Un sol amarillo, renovador, que alumbraba su camino. Prados a lo lejos, de esos en los que se siembra yuca, de esos en los que su madre trabajaba. Llego a mi casa alrededor de las dos de la tarde. Había oscurecido de repente, una nube tapa el sol-pienso. Me olvidé mis llaves, ahora ¿cómo entraré? Sigo esperando afuera, ¿acaso no escucharon que toque el timbre? No seguro que no, porque si lo hubiesen hecho ya hubiesen salido a abrir la puerta. No sabía porque hablaba en plural, pero la sensación de incertidumbre se colaba por mi cerebro. El cerebro atormentando con tantos problemas que buscaban una solución inmediata-o por lo menos una estrategia para solucionarlos. Se quedaría ahí por los próximos minutos. Recuerdo que siempre dejamos una llave debajo de la maceta que se encontraba en la mano derecha de la puerta. Era una casa no muy grande, hecha de “material noble”. Los ladrillos de adobe permitían que circulase bien el aire cuando abríamos las ventanas y nos permitía mantenernos calientes en los inviernos, los crudos de los que había a esas alturas. Era de estructura simple, nada de un diseño arquitectónico impresionante, pero en cierta forma muy parecida a las construcciones de Machu Picchu-pero mucho más acogedoras. Estaba dividida en cuatro ambientes: la cocina, llena de ollas y utensilios para cocinar; el dormitorio de Tulia, lleno de desorganización, parecido al cuarto de una estrella de rock, muy conocida, pero sin su lujo; el cuarto de Félix, lleno de juguetes y una cama relativamente grande-era suya después de la muerte de sus hermanos- que tenía como soporte el piso, como colchón un par de frazadas y como almohada un poco de paja envuelta en una especie de bolsa tejida; el baño, no tenía nada en especial, solo un pequeño hueco en el piso y un espacio de 2 metros cuadrados cubiertos por piedras, que servía para ducharse con los baldes llenos de agua que, en lo general, eran de encontrarse en el baño. Me apresuro a levantar la maceta y, acto seguido, la llave. La deslizo por la ranura, la giro hacia la derecha lentamente, quiero sorprender a mi mamá. En efecto el joven Félix la sorprende, con su buena nueva en la mente; sin embargo, lo que vio no era muy agradable. Su adorada, idolatrada, idealizada, y divinizada mama tenía un cliente. Los vio. Al principio no sabía que estaban haciendo, pero luego recordó las palabras de uno de esos chicos morbosos que tenia por compañeros. Están teniendo relaciones sexuales, pensó.
Ahora todo está claro. Las noches en las que mi madre nos decía a mí y a mis hermanos que nos fuésemos temprano a la cama y regresaba muy tarde. Esas veces que se podían dividir en dos etapas: con mis hermanos, solo entraba a la casa y se echaba a dormir; sin ellos, me traía un pedacito de cuy chactado que compraba por la calle. Siempre me pregunte de dónde sacaba el dinero, pero esa incógnita se quedo sin ser resuelta hasta el día de hoy. Mi mamá es una prostituta. Está claro que la palabra prostituta, no le iba ni le venía a Félix, no sabía muy bien lo que significaba pero lo intuía, ya que cada uno de los insultos que sus amigos se decían tenía que ver con esta dichosa palabra. Según algunos es el oficio mas antiguo del mundo. Es difícil imaginar cómo lo pudo ser, si es que los cavernícolas no tenían ningún método de transacción “placer-dinero” y no sabían ni como pronunciar la palabra “sexo”. Esto no viene al tema.
Felix no se inmutaba, para el era normal descubrir el trabajo de su madre. Se sintió alegre. Mi mama se sacrifica por mi, todas las noches, para que yo pueda surgir como persona. ¿Qué más le puedo pedir? Es la mejor mama del mundo. Eso es lo que pensaba el pequeño Félix, no se avergonzaba de nada de lo que significaba ser el, era muy feliz. Sus planes se veian mejor aun en ese momento, el trabajaría, no solo para sacar a su familia de la pobreza, también para lograr que su mama deje ese oficio que era tan mal visto por la sociedad, mas no por el . A sus ojos de niño, de hijo, su madre seguía siendo la adorada, idolatrada, idealizada, y divinizada mama que lo había traido al mundo. Si alguien se atrevía a contradecir su opinión sobre ella, ese alguien debía de prepararse: Félix no estaría dispuesto a dejar que se le falte el respeto al honor, orgullo de su familia. Con esta idea sacada del Medioevo, tema que nunca estudio, se lanzaba a batallar en el país de los prejuicios, lleno de entusiasmo y regocijo.

1 comentario:

  1. Que impresionante la filiación establecida del hijo con su madre, al leer a Paulo Cohelo en su obra: 11 minutos, mi concepción de la prostitución cambio.
    Enhorabuena, espero disfrutar de la segunda parte.....
    Ananda


    El Monje y la Prostituta

    En las proximidades del templo vivía un monje. En la casa de enfrente moraba una prostituta. Al observar la cantidad de hombres que la visitaban, el monje resolvió llamarla..."Tú eres una gran pecadora -le reprochó-. Todos los días y todas las noches le faltas el respeto a Dios. ¿Es posible que no puedas detener a reflexionar sobre tu vida después de la muerte?"

    La pobre mujer se quedó muy deprimida con las palabras del monje; con sincero arrepentimiento oró a Dios e imploró su perdón. Pidió también al Todopoderoso que le hiciera encontrar otra manera de ganar su sustento.

    Pero no encontró ningún trabajo diferente, por lo que, después de haber pasado hambre una semana, volvió a prostituirse. Solo que ahora, cada vez que entregaba su cuerpo a un extraño, rezaba al Señor y pedía perdón.

    El monje, irritado porque su consejo no había producido ningún efecto, pensó para sí: "A partir de ahora, voy a contar cuantos hombres entran en aquella casa hasta el día de la muerte de esta pecadora".

    Y, desde ese día, el no hizo otra cosa que vigilar la rutina de la prostituta: por cada hombre que entraba, añadía una piedra a un montón que se iba formando.

    Pasado algún tiempo, el monje volvió a llamar a la prostituta y le dijo: -¿Ves ese montículo? Cada piedra representa uno de los pecados que has cometido a pesar de mis advertencias. Ahora te vuelvo a avisar: ¡Cuidado con las malas acciones!.

    La mujer comenzó a temblar al percibir como aumentaban sus pecados. De regreso a su casa derramó lagrimas de arrepentimiento, mientras rezaba:
    Oh, Señor, ¿Cuándo me librará vuestra misericordia de esta miserable vida que llevo?

    Su ruego fue escuchado, y aquel mismo día el ángel de la muerte pasó por su casa y se la llevó. Por voluntad de Dios, el ángel atravesó la calle y también cargó al monje consigo.

    El alma de la prostituta subió inmediatamente al cielo, mientras que los demonios se llevaron al monje al Infierno. Al cruzarse en la mitad del camino, el monje vió lo que estaba sucediendo y clamó:

    -¡Oh Señor!, ¿Es esta Tu Justicia? Yo que pasé mi vida en la devoción y en la pobreza ahora soy llevado al infierno, mientras que esa prostituta, que vivió en constante pecado, está subiendo al cielo.

    Al oír esto, uno de los Ángeles respondió:

    -Los designios de Dios son siempre justos. Tú creías que el amor de Dios se resumía en juzgar el comportamiento del prójimo. Mientras tú llenabas tu corazón con la impureza del pecado ajeno, esta mujer oraba fervorosamente día y noche.

    Su alma quedó tan leve después de llorar y rezar, que podemos llevarla hasta el paraíso. La tuya quedó tan cargada de piedras, que no conseguimos hacerla subir hasta las alturas.

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